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Los Agustinos Recoletos celebran una fiesta histórica en el centenario del Capítulo de San Millán

El viernes amaneció con sol en la localidad riojana de San Millán de la Cogolla. La nieve que cubría el monte de San Lorenzo reflejaba la luz en un día frío con un apretado programa festivo. Mientras el cardenal Re se reunía con los 14 obispos agustinos recoletos que celebraban su primer encuentro episcopal en la casa de espiritualidad del monasterio de Yuso, la iglesia de Berceo, a dos kilómetros de San Millán, acogía a la familia agustino-recoleta procedente de todos los rincones del mundo.

Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación de Obispos, acababa su alocución a los hermanos de episcopado con una frase contundente: “Estoy muy contento de ser agustino recoleto”. Durante una hora habló sobre la responsabilidad de ser sucesores de los apóstoles. A continuación se abrió un diálogo entre los obispos y el cardenal en el que abordaron cuestiones como el avance de las sectas, la falta de vocaciones, el cuidado de los sacerdotes y algunos asuntos concretos relacionados con las distintas realidades socio-políticas de los países donde los obispos recoletos desempeñan su tarea pastoral.

Acto académico

Al mismo tiempo que el cardenal y los obispos conversaban sobre asuntos de gobierno en sus respectivas diócesis, José Javier Lizarraga pronunciaba una conferencia ante doscientos miembros de la familia agustino recoleta. El ponente, doctor en Historia de la Iglesia, disertó durante algo más de una hora sobre el Primer Centenario del Capítulo de San Millán celebrado entre el 16 y el 27 de julio de 1908. A este capítulo se referiría posteriormente en su homilía el cardenal describiéndolo como un momento de ímpetu y fortaleza para la Orden: “El capítulo consolidó la identidad de los Agustinos Recoletos y les dio un nuevo vigor en su misión”.



Sesenta y ocho sacerdotes y quince obispos se revestían para la ceremonia en los soportales del ayuntamiento.
Solemnidad y cercanía

Poco antes de las doce repicaban las campanas de la iglesia parroquial de Berceo. La misa se celebraría en este templo por encontrarse la basílica del monasterio en proceso de rehabilitación. Sesenta y ocho sacerdotes y quince obispos se revestían para la ceremonia en los soportales del ayuntamiento mientras Javier Guerra, general de la Orden, y el cardenal recibían en la puerta del templo con un saludo cercano y cordial a los feligreses que acabaron por abarrotar la iglesia durante la mañana de un día de labor.

La ceremonia estuvo cuidada hasta el extremo. Un coro de canto gregoriano venido ex profeso para la celebración se vio acompañado y completado por las voces de todos los que participaban de la eucaristía. En la homilía el cardenal aludió a la sencillez y la sólida formación de los miembros de la familia agustiniana y, especialmente, a la importancia de la vida en comunidad de la que son auténticos maestros. La liturgia se completó con la bendición que impartieron los quince obispos y el cardenal a todos los presentes.

Acto familiar

El comedor principal del monasterio de Yuso vivió una intensa sobremesa que se prolongó durante tres horas. El consejero general Jesús Lerena fue dando paso a personas y grupos que componen la familia agustino-recoleta. Los 180 comensales escucharon a José Luis Azcona, obispo en Brasil amenazado de muerte, pidiéndoles su oración para que no volverse atrás y para que no creerse mejor por ello. Héctor Javier Pizarro, obispo prelado de Trinidad, Colombia, compartió la angustia de su gente amenazada por los paramilitares y expresó su ilusión y su esperanza por la paz y la tranquilidad. Recordó que, precisamente en ese instante, se estaba celebrando una marcha por la paz en Colombia.

Hubo tiempo para escuchar a obispos, a provinciales, al Consejo General de Roma invitando a que les visiten, a las Misioneras Agustinas Recoletas con su madre provincial ajustando agenda para hacerse presente, a las Agustinan Recollect Sisters de Filipinas, a los responsables de la Fraternidad Seglar de España que leyeron un testimonio de una fraterna mexicana, a los jóvenes de las JAR que tenían prisa porque llegaban tarde a una de sus convivencias, a uno de los asistentes espirituales de los grupos de oración de madres cristianas y a las monjas de clausura que habían pedido dispensa para estar presentes y hablar al resto de la familia sobre los nuevos monasterios que siguen abriendo por todo el mundo.