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Cincuenta motivos para meditar el Evangelio de la mano de san Agustín

El padre Teodoro Baztán nos ofrece en este libro cincuenta motivos para meditar el evangelio de la mano de san Agustín. De los grandes autores eclesiásticos, el obispo de Hipona, reúne unas características que lo hacen válido para todos los tiempos. Tenía un corazón de pastor, por el que se sentía muy unido a sus fieles. Pocos como él han expresado la profunda unidad que se da entre el obispo y los fieles, empeñados ambos en un mismo camino que ha de realizarse en la Iglesia y con Jesucristo. Su ardiente celo por las almas se muestra no sólo en expresiones puntuales, sino en su amplia dedicación a la enseñanza y la predicación.

Agustín es de los que comprendía mejor cuando se veía obligado a explicar, pero no rehusaba comunicar a los demás lo que había conocido como su mejor bien: la Verdad de Jesucristo. Pero, además, Dios le dotó de notables dones, genialidad se diría en el lenguaje de nuestro tiempo, para interpretar la Escritura y hacerla comprensible. Conoció el corazón del hombre porque se conoció a sí mismo; conoció la historia de su tiempo porque no escapó de ella sino que la afrontó con todas sus grandezas y problemas; conoció a Dios por quien se dejó conocer y amar.

Saborear la Escritura

Su grandeza se derrama sobre las generaciones posteriores y así es posible un libro como este. En él su autor medita sobre algunos textos de la Escritura de la mano de san Agustín. Se nota que el autor no sólo ha aprendido del maestro enseñanzas sino también un método: el de saborear la palabra de Dios, que no es una sabiduría más sino la única que salva al hombre. De alguna manera nos transmite a nosotros lo que ha recibido. Así, con sus comentarios, que son sugerentes y enriquecedores, no pretende sustituir la meditación personal ni el trabajo personal de cada uno, antes bien busca estimularlo. Sugiere, como hizo el mismo Agustín en su tiempo, dedicar cada día un tiempo a la oración personal, al menos quince minutos. Sus reflexiones son andaderas para nosotros que deben ayudarnos a empatizar con la Palabra de Dios, a acostumbrarnos a leerla para que sea ella la que nos empape.

En algún momento señala san Agustín que aunque nosotros no podemos conocer a Jesucristo en la carne, lo tenemos en las Escrituras. Pero, no es menos verdad, que muchas veces necesitamos de quien nos ayude a reconocerlo en su belleza y sin distorsiones. Es lo que hacen los grandes doctores y quienes se aprenden de ellos. Este es un libro dedicado a la oración y que, por lo mismo, será válido en la medida en que nosotros lo destinemos al fin para el que fue concebido. También es el mejor agradecimiento para su autor, que nos lega este bello trabajo, con el mismo espíritu de quien le ha inspirado: conocer mejor a Jesucristo, camino, verdad y vida.